Yo confieso que no quiero tomarme
selfies vomitando arcoíris o teniendo hocico ni orejas de perro; mucho menos
ponerme barba o cambiando mi cara al cuerpo de otra persona, definitivamente no
califico como millennial.
Creo que me encuentro en la
delgada línea entre ser millennial y pasarme al lado oscuro de la Generación Y,
y a pesar de haber utilizado a diestra y siniestra toda app nueva que se haya
creado para socializar, coquetar, stalkear o simplemente perder el tiempo nunca
le había encontrado sentido al uso del Snapchat.
La app del fantasmita blanco que
ahora es súper popular por los millennials y que comenzó su éxito en el 2012 tras
brindar una alternativa a los adolescentes de intercambiar videos o fotos (muchas
veces de contenido subido de tono) que se “autodestruían” luego de ser vistos y
no dejaban rastro alguno en la web en la actualidad ya ha destronado a su
principal competidor, Instragram.